¿Qué harían dos niños pequeños juntos en un arenero?
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¡Pues jugar! Ellos no se harían preguntas de segregación ‘¿A qué te dedicas?’ ‘¿Quiénes son tus papás?’ ‘¿Cómo es tu familia?’ ‘¿Cuánto cuestan tus juguetes?’ Ellos jugarían y ya porque verían a otro ser humano enfrente, no a alguien con quien competir o compararse.
Esto es a lo que se le llama ‘tabla rasa’ o tabula rasa. Un concepto que no es nuevo, de hecho fue acuñado por el pensador inglés John Locke allá por el siglo XVI, más-menos, y no hay mejor ejemplo para describirlo que con un par de niños, pues ellos representan la idea de Locke acerca de una “mente vacía”, una tabula rasa en la que el mundo exterior a través de objetos, experiencias o personas inscribe imágenes, nombres, ideas o interpretaciones hasta moldearla. Lo que conocemos ahora como condicionamiento social.
A diferencia de los racionalistas, Locke negaba la posibilidad de que nazcamos con esquemas mentales que nos aportan información acerca del mundo. En cambio, como buen empirista, defendía la idea de que el conocimiento se crea mediante la experiencia, con la sucesión de eventos que vivimos, la cual va dejando un poso en nuestras memorias.
Según Locke, las experiencias hacen que en la mente quede una copia de aquello que captan nuestros sentidos. Con el paso del tiempo, aprendemos a detectar patrones en esas copias, lo cual hace que aparezcan los conceptos. A su vez, estos conceptos también se combinan entre sí, y a partir de este proceso generan otros conceptos mucho más complejos y difíciles de entender en un principio. La vida adulta se rige por este último grupo de conceptos, los cuales definen una forma de intelecto superior.
Así pues, Locke concebía al ser humano como una entidad que llega a la existencia sin nada en la mente, una tabula rasa en la que no hay nada escrito.
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¿Qué pasa después?
Crecemos condicionados por el deber ser y perdemos esa ‘alma de niño’ sin ideas creadas ni prejuicios armados. Se nos olvida que todos nacemos siendo pura posibilidad y somos una raza, la humana. El condicionamiento social es lo que nos hace crecer sin ser; vivir con miedo, en comparación constante, renegando de lo que ‘no somos’ y resistiendo nuestra verdadera esencia.
Hoy te pido que seas uno de esos niños en el arenero, que te conectes a quien realmente eres y naciste para ser y observes a los que te rodean sin pasarlos por tus propios filtros y pruebas. Sólo que los mires como lo que son, parte de tu misma tribu. Pieza de tu mismo equipo. El mundo necesita más humanidad y menos individualismo. Te lo va(mos) a agradecer.
Marta Ro.