El amor se produce en el cerebro y no en el corazón
Así comienzan muchos textos científicos que demuestran que el amor es más química y menos emoción ¿Pero dónde se siente más? En el corazón. Lo sabemos porque el amor se prensa de un órgano vivo, palpitante, que además, es el encargado de bombear la sangre a todo el cuerpo para mantenernos vivos, y estar enamorado o amar es un impulso de vida revitalizante a cualquier edad.
Al corazón llega el amor con todo lo que provoca a nivel fisiológico, es por el corazón que podemos ‘sentir’ el amor: el aumento o reducción del estado de excitación en el cuerpo que se refleja en un mayor flujo de sangre, ojos brillantes, el tono de piel mejorado, sensación de alegría intensa, es decir, un estado de bienestar generalizado.
Pero el verdadero constructor del amor es el cerebro. Es una droga que activa los centros neuronales que generan emociones placenteras, de felicidad y euforia. Se origina en una zona llamada circuito de recompensa, debajo de la corteza cerebral, y participan neurotransmisores como la dopamina y la serotonina relacionados con las emociones.
Esta excitación que alcanza su punto máximo cuando el amor es correspondido, un día, tarde o temprano, disminuye hasta que deja de ser. El amor se agota porque interviene el tiempo. Los receptores de la dopamina perdieron sensibilidad y dejaron de responder al estímulo que mantenía vivo el amor.
¿Se acabó el amor?
Para el cerebro, probablemente sí.
Para la mente, no. Al menos no cuando el amor se va y no simplemente se termina.
Si el cerebro produce a la mente y la mente interpreta el amor de acuerdo con las creencias de cada ser humano, el amor vive la experiencia química del cerebro y sobrevive a la experiencia mental de cada persona acerca de la idea de su relación.
Cuando el amor termina en una relación de pareja, una parte de la triada cerebro-mente-corazón es la que “mantiene”, por un tiempo determinado, la idea del amor, y esa es la mente. El cerebro hizo lo propio en su momento, ahora quien le da rienda suelta al corazón es la mente a través de pensamientos y recuerdos de lo que fue y lo que pudo ser.
La química del cerebro se alimenta del ruido de la mente. Si el amor es una droga, se vuelve adictivo pensar y pensar y pensar qué hacer para volver a estar con esa persona, o de lo contrario, qué hacer para olvidarla; aparecen los celos, el apego y el miedo al olvido. El circuito de recompensas se activa cuando aparece un estímulo: continuar en contacto con esa persona, saber de ella, mirarla o encontrarla en algún lugar.
¿Cómo le comunico a mi mente que “el amor de mi vida” ya no lo es más?
El lugar común es “obligarte” a no pensar en esa persona hasta que la distancia y el tiempo terminen por disipar lo que resta. Pero una pérdida amorosa es, ante todo, un duelo que cada uno vive de acuerdo con sus creencias, sus experiencias pasadas, su capacidad de aceptación y su voluntad para seguir adelante.
No hay entrenamiento que lleve a cabo la mente para olvidar. Es un error y una tortura obligar a tu mente a olvidar a quien te dio momentos de felicidad y te dejo conocer un poco más de ti. Los seres humanos creemos que olvidar es la manera en la que “se supera” una relación amorosa, cuando el verdadero signo de madurez emocional es reconocer lo vivido, aceptar la ausencia e integrar a nuestra propia vida lo mejor que compartimos con la otra persona.
Si lo piensas, es bello ver partes de tu vida que crecieron luego de estar con alguien. Quizás afianzaste una pasión, te atreviste a hacer lo que nunca, despertaste un nuevo interés, etc. Esto es uno de los frutos del amor.
Observa tus creencias
Una relación amorosa, de todo tipo, no sólo romántica o apasionada, la filtramos a través de nuestras creencias. Si funcionó fue por ellas, si se terminó fue también por ellas. Si esto es cierto, ¿qué ocurre contigo, dentro de ti, de tal manera que viviste lo vivido y sufres o padeces lo que terminó? Nota que no es qué está bien o mal en ti, sino qué crees acerca del amor.
El amor romántico nos ha engañado sobre lo que “debe” ser y cómo “debe verse” el amor; de este aprendimos ‘la media naranja’, ‘el alma gemela’ o la ‘pareja ideal’, todos un modelo del amor co-dependiente, originado desde la insuficiencia personal, falta de valía y necesidad de validación. El amor no repara, completa ni salva a otro ser humano; al contrario, es expansivo, deja frutos y te avanza como persona, sin importar si sucedió o no, y esto sólo pasa cuando somos capaces de mirar desde fuera cómo construimos nuestras relaciones y nos damos cuenta de lo que es necesario chambear de nosotros mismos tanto para cerrar una relación como para comenzar otra.
Siempre recuerda que no existe relación ideal, sino a la medida de quien eres.
No hay nada fuera de ti que pueda hacer tu chamba interna. Afuera se mueve cuando tú te mueves. Cuando conscientemente comprendes que una relación terminó puedes comenzar a ver qué dentro de ti necesita ajustarse. Esto no necesariamente significa que hayas hecho algo “mal” en tu relación y por eso tienes que moverlo, pero parte de avanzar para comunicarle a tu mente que estás en paz con el final es observar tus heridas, tus creencias, tus modelos de pensamiento de lo que crees que es una pareja, hacerte preguntas sobre lo que sí quieres y lo que sabes que definitivamente no. Decir adiós es crecer, lo dijo Gustavo Cerati.
Encuentra el propósito de tus relaciones
El siguiente mensaje que debes comunicar a tu mente es la aceptación consciente del momento presente. El fin es el inevitable del comienzo. Hacer las pases con esta idea le dará paz a tu mente porque le apoyarás a comprender que todo tiene un propósito de ser, también el que tu relación se terminara.
Resignación no es lo mismo que aceptación
La aceptación te deja ver el propósito de conocer a la otra persona, el propósito de que formara parte de tu vida, el propósito de los buenos momentos, de los ratos oscuros y de la vida compartida. La resignación te pide conformarte con lo que fue y con el final.
Vivir el fin del amor desde el propósito cambia el enfoque con el que vemos el término de una relación. Aprendes que hay lecciones que integrar a la propia vida, haces más preguntas hacia dentro que cuestionamientos a Dios o al Universo del “por qué” no fue. Comienzas a juzgar menos al otro y a ser más un observador contigo: ninguno es el problema, pero tú sí eres la solución.
Si aprendes a ver el propósito de lo que no fue tus pensamientos dejarán de castigarte y te mostrarás comprensivo contigo y con el otro. La expansión del amor también es la libertad de que cada uno elija lo que considere mejor para su propia vida.
Sé compasivo contigo
Practica la compasión contigo. Te invito a ver el duelo luego de una ruptura amorosa mas que como un proceso de pérdida, como uno de reconstrucción, y necesitarás de mucha compasión, consuelo, empatía y valentía para volver a sentirte tan entero que puedas compartirlo con alguien más.
La compasión parte de reconocer que ya no estás en el mismo lugar que cuando comenzaste esa relación, por lo tanto, no eres la misma persona de entonces ¿Por qué reprenderías al ser humano de ahora? Escúchate, pide lo que necesitas, busca apoyo, conquístate todos los días, en definitiva, hazte cargo de ti.
Desde el punto de vista espiritual, estás en el fin de un ciclo en el camino de tu vida. La práctica de una vida de conciencia y espiritualidad te obliga a desprenderte de lo que termina y cumplió su misión contigo, a practicar el desapego, a ver una relación de pareja como una unión que nutre y expande a ambos y a ver el amor como el gozo que es posible experimentar por la plenitud del corazón.
La auto-compasión y el amor que nos profesamos son mensajes a la mente de que estamos conectados con quienes somos en el presente, nos estamos haciendo cargo y el tiempo es para nosotros; por lo tanto, no hay motivo para volver al pasado. De este modo, abrimos el canal para construir relaciones desde la humildad, libres y conscientes.
Amamos en la medida en la que nos amamos.
Finalmente, el mensaje más poderoso que le puedes dar a tu mente para dejar ir “al amor de tu vida” es uno: nunca se fue, y nunca lo hará, porque tú eres el propio amor de tu vida.
Marta Ro.