Muchas veces llegan a cualquiera de mis redes y espacios con historias complicadas. Vivencias o episodios de vida en los que hay mucho dolor, duelo o angustia por el momento que la persona está viviendo. Todos los detalles me los comparten por mensaje o en comentarios directo en mis publicaciones.
Siempre se me ha hecho muy curioso este fenómeno, pues más allá de que sean temas súper personales que leo con mucho respeto y atención, me deja ver cómo es que allá afuera está muy mal entendido el papel de un coach, y sobre todo, lo peligroso de esto porque hay quienes pueden aprovecharse de esta vulnerabilidad de las personas para fines non gratos. Por favor: el coaching no es terapia. Un coach no existe para darte “consejos”, y si lo hace, entonces no es un buen coach.
Tengo muy claro que las personas que se acercan conmigo lo hacen genuinamente para encontrar una guía o palabra que les apoye a atravesar lo que viven, pero hay temas como la muerte de alguien, abusos familiares, duelos de todo tipo, salud mental, etc. que deben tratarse con el profesional correspondiente y que definitivamente no caen en el terreno del coaching porque involucran mucho más. Cuenten con que, al menos conmigo y en todo lo que a este espacio respecta, jamás recibirán una respuesta aislada para una problemática que atañe a un terapeuta, psiquiatra, psicoanalista, tanatólogo u otro.
Ahora, ¿por qué quiero ser puntual en esto? Porque, sinceramente y con todo el corazón, quiero invitarlos a ser muy cuidadosos con lo que comparten y con quién lo hacen. Lo que viven es importante y es vital que acudan con el profesional correspondiente para apoyarles a transitar esos momentos difíciles. Un mensaje directo no es el espacio para compartir estos temas ni mucho menos para recibir una respuesta; hacerlo no es profesional de parte de quien los lee.
Si aún no toman la decisión de pedir apoyo de un profesional en cualquier momento que consideren que las circunstancias los superan, háganlo. No está mal pedir ayuda, no está mal rendirse y aceptar que no podemos solos. De las decisiones más valientes que un ser humano puede tomar es reconocer que necesita chambearse con la observación de un segundo o un tercero. Quizás es la terapia, pero puede ser, incluso, acudir con un psiquiatra. Ninguno es ‘más cabrón’ que otro porque todos vivimos experiencias y momentos distintos que piden de uno o de todos.
Si, por el contrario, ya están viviendo un proceso quiero que sepan que ahí no se acaba el trabajo personal. Hagan un ejercicio de autoevaluación y observen cómo viven la terapia, el psicoanálisis o las tardes de diván.
Pero así como el coaching no es terapia, tampoco son porras ni ‘tú puedes’; mucho menos ‘échale ganas’. Coaching es trabajo duro personal y de mentalidad. Se trata de saber que nada de lo que vemos y vivimos es ‘la realidad’, sólo una mera ilusión. En la medida en que entendamos eso podremos avanzar. Personalmente creo que es una de las palabras más sobrevaloradas de nuestro tiempo. Está ‘de moda’ «tomar coaching», «coachear a los demás», «saber de coaching», y por eso es que la técnica ha sido tomada a la ligera.
¿Cuántas veces no nos encontramos con quien dice ‘por qué pagas para que te digan cosas bonitas’? Ser coach es un trabajo profesional de profundo compromiso con una causa más grande. Los que nos dedicamos a esto no promovemos un producto, no vendemos un objeto o hacemos promociones: trabajamos con personas, y eso es cosa seria. Se necesita mucha disciplina, mucha preparación y mucho trabajo mental para ser capaz de dirigir con tu voz, tu cuerpo y tus palabras una parte de la vida de las personas.
El coaching no es terapia, no es únete a los optimistas, tampoco son apapachos. Es un trabajo de inmensa responsabilidad en el que sí o sí se necesita de la otra persona para ver resultados. Es vital la disciplina del coach pero es doblemente necesaria la disciplina y la voluntad del coacheado.
Por ello, quien recurra a un coach o decida chambearse a sí mismo a través del coaching porque ‘es lo de hoy’ debe saber que no es mejor que hacerlo con un terapeuta o un psicólogo, y para nada es demeritar esta labor, sino por una sola razón: no hay coaching que funcione si la persona no se mueve. Igual que con un profesional de la salud mental, con un coach hay herramientas, trabajo personal y un ojo entrenado a dar otra perspectiva, pero si la persona no toma decisión, acción e intención para moverse de donde está, nada lo hará.
Paren de leer libros y páginas para cazar qué ‘aprenden’.
Paren de tener ‘tallertits’ o ‘cursitis’.
Paren de querer la ‘receta’ de todo.
Paren de dejarle la responsabilidad de su vida a alguien más.
Paren de creer que alguien, algún día, les va a ‘rescatar’ de donde están.
Un coach no es un redentor. No hay terapia, curso, taller, entrenamiento o libro que haga el trabajo personal por cada uno. Muévanse ustedes para que se mueva su contexto, pero eso pide de su compromiso con algo mucho más grande. Dejen de meter más información a su cabeza y pongan un pie enfrente del otro ya.
Marta Ro.