Somos seres sistémicos

Defender tu individualidad no te separa del sistema al que perteneces. Esto puede leerse catastrófico, como si siempre estuviéramos subordinados o bajo el yugo del sistema, pero es que sí somos parte de un sistema, que a su vez, integra otros. Más allá de ideologías, es pura supervivencia: no existimos sin el todo y sus partes.

A esto se le conoce como pensamiento sistémico, al estudio de las conexiones entre el todo y las partes que lo integran considerando el análisis profundo de estas para comprender el origen de los sucesos, y si es posible, influir en ellos. 

Un sistema está compuesto por capas; cada uno de los seres vivos comprende uno, por lo tanto, no podemos ser sin el otro. Nuestro funcionamiento depende del entorno y así cada parte del sistema mayor. Por ello, las partes deben ser entendidas, y atendidas, como parte de un conjunto, y no pueden funcionar sin la intervención de otras partes, que de igual modo, alimentan otro sistema. 

Pues bien, ahora con esto puesto en la conversación, ¿de qué nos sirve sabernos seres sistémicos? Para comprender nuestra realidad dentro de un entorno interconectado en el que la acción de todo, y la propia, tiene consecuencias en nuestra vida y en la de los demás. Es a lo que conocemos como acción en cadena. 

Los conceptos sistémicos son muy evidentes en la naturaleza. En ella es posible reconocer principios que rigen a su sistema y que obedecen a relaciones vitales para su existencia y correcto funcionamiento. Entre ellos, el principio de origen: las organizaciones que recuerdan de dónde vienen tienen mayores posibilidades de mantenerse; el principio de pertenencia: hay lugar para todos porque cada uno cumple una tarea específica para que el sistema funcione; principio de jerarquía: cada parte sabe el lugar que le corresponde y por ello se mantiene el orden; principio de equilibrio: todos comparten e intercambian información para alimentar la estructura y preservar el conjunto; finalmente, el principio de destino: cada ser vivo tiene derecho a trabajar en favor de su destino sin dejar de contribuir al sistema. 

Podemos ver estos principios en la naturaleza o los animales y compararlos, por ejemplo, con un equipo u organización laboral. En un sistema de este tipo, el principio de origen está presente en tu formación profesional y en tu perfil educativo que te convierte en una parte competente para el grupo. Perteneces a un equipo dentro de una empresa y cumples un rol específico que te ubica dentro de la jerarquía su sistema; cumplir de manera efectiva con tus responsabilidades mantiene el equilibrio en el grupo, y a su vez, accionas en favor del principio de tu destino, para qué estás aquí. Por ello es vital que dentro de una organización se identifique el perfil de cada quien para mantener el ritmo en el sistema: quién ejerce el liderazgo, quién cuida a la gente, quién ve el detalle, quién es resolutivo, etc. Las partes alimentan el sistema y este las sostiene.

En el plano personal, como individuos, también es posible dirigirse a partir de estos principios sistémicos. Cuando nos empeñamos en negar u omitir nuestra historia traicionamos el principio de origen y nos cuesta avanzar porque no aceptamos que de donde venimos es también lo que nos tiene hoy aquí. El principio de pertenencia nos hace parte de un entorno familiar, social -con los amigos o en el trabajo-, y más profundo, del país, del estado en el que nacimos, del continente, el planeta y el Universo. Nuestro rol familiar, social o en el entorno laboral nos otorga un lugar en cada uno de esos sistemas, y por lo tanto, sabemos nuestra jerarquía y desde qué espacio podemos accionar para generar un cambio, eso también mantiene el equilibrio en nuestros contextos. El principio de destino es nuestro propósito, cuando descubrimos el para qué de nuestras vidas que nos empujar a trabajar en favor de quien vinimos a ser. 

Pero, ¿qué pasa cuando un sistema se corrompe o se fragmenta? Surge la necesidad de adaptación. Los sistemas no se extinguen, se ajustan, y sus partes se reorganizan, adaptan y evolucionan para mantener el equilibrio y seguir en funcionamiento.

Un ejemplo es el caso de un adicto dentro de una familia. La persona con adicción ha roto el equilibrio familiar, y por lo general, los miembros orbitan a su alrededor en atención a esa fragmentación. Sin embargo, eso no genera un cambio. La persona adicta sólo es el síntoma. Para que el sistema (la familia) se ajuste tiene que ocurrir una evaluación de cada uno de sus miembros que vaya al fondo del problema, o en todo caso, la expulsión de la parte que lo ha roto. No hay evolución sin traición dice Hellinger. Es parte del ciclo de la vida y es el precio de la evolución. 

A propósito de Hellinger ¿Alguna vez han notado patrones en su familia debido al lugar que ocupan dentro de ella? No es lo mismo ser el hijo mayor que el menor o el sándwich. El rol que cada uno de nosotros tiene en la familia afecta e interviene en la conducta y las relaciones del resto de sus miembros. Al menos es lo que plantea la teoría de las Constelaciones Familiares postulada por el alemán Bert Hellinger, un teólogo y pedagogo que acuñó el término y toda una práctica al respecto hace más de 20 años. De acuerdo con Hellinger, con el rol en la familia los seres humanos asumimos de manera inconsciente patrones que reproducimos en esquemas afectivos y afectan la conducta propia y de los demás. Básicamente se trata de ir a lo profundo en los comportamientos familiares que se repiten por generaciones. 

Las Constelaciones Familiares están consideradas una terapia para conocer y sanar conductas que muchas veces nos llevan a vivir situaciones negativas de forma repetida dentro de nuestro sistema familiar. Desde que nacemos y se nos asigna un rol en la familia estamos vinculados energéticamente con todos los miembros, incluso con los que por alguna razón no están. Lo que haya pasado en una familia, llamémosle dinámicas no resueltas, afecta las relaciones entre sus miembros. Sin saberlo, muchas veces repetimos patrones de nuestros padres, hermanos o abuelos en el resto de relaciones que entablamos en el mundo: de pareja, laborales, de amistad, etc. 

Un ejemplo. El hermano mayor es el responsable, el que cuida y el que generalmente continúa el linaje familiar. Cuando “el grande”, sin realmente desearlo, decide repetir el patrón de protector, cede su voluntad de forma inconsciente por mantenerse “leal” a lo que se espera de él. De manera profunda, el hermano mayor puede experimentar sentimientos como “tengo que ser el ejemplo”, “mis padres esperan de mí”, “si yo no lo hago, quién”, etc. Todos son creencias inconscientes de que si rompe el esquema de familia ideal entonces no hizo bien su papel. Este tipo de patrones son los que salen a la luz con las Constelaciones Familiares para que seamos capaces de mirar con objetividad los hechos, sanar las relaciones internas con la familia y alcanzar un nivel de conciencia que nos permita romper con conductas repetidas. 

El principal hallazgo de Hellinger fue señalar que de manera inconsciente solemos repetir patrones familiares destructivos que nos conducen hacia la ansiedad, la depresión, la ira, la culpa, la soledad, e incluso, la enfermedad como una forma de “pertenencia” a nuestras familias, y de los que muchas veces no sabemos separarnos por lo que vamos replicándolos a través de generaciones. Según Hellinger, la energía que se trabaja es principalmente la del alma.

Ahora sí, ¿quién eres dentro de cada uno de los sistemas?

Marta Ro. 

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