El aprendizaje es una colección de muchos descubrimientos, pero también, del mundo interno de cada uno. Al menos así me gusta pensarlo.
Me gusta pensar que la calidad de una persona y su valor no se mide por lo que sabe, sino por lo que hace con lo que sabe. El aprendizaje no se vive en cantidad. Dejemos de pensar que alguien sabe “mucho” o no sabe “nada” y por eso no podría aportar a nuestra vida.
La jerarquía del aprendizaje funciona en un mundo de roles y de logros, pero en la vida afuera, donde pasan cosas, todos estamos en constante aprendizaje de los demás.
¿Cómo se vería la vida si todos estuviéramos abiertos a recibir conocimiento, lecciones y aprendizaje de cada persona con la que nos topamos?
Nadie lo sabe todo y las lecciones están donde menos lo pensamos.
La energía que pide el mundo es colaborativa: yo aprendo de ti como tú aprendes de mí y eso crea una nueva visión, un paradigma nace, una creencia se rompe o una posibilidad se abre.
Saber y aprender tienen un propósito más grande, servir. Sirvamos a los demás con nuestras herramientas personales, de conocimiento, talentos y habilidades. Seamos los mejores para enseñar a otros y hacer la vida de todos más fácil o más cómoda.
Es momento de tumbar la idea de elegir o calificar a alguien por “quién sabe más del tema”. Todos sabemos porque tenemos una experiencia de la vida al respecto, o quizá no, pero sí una postura, un criterio y un punto de vista.
Ni la edad, ni un título o grado da “más derecho”: estar vivo es el derecho.
Aprender es sobre todo escuchar e integrar a nuestra vida lo que nos aporta algo o alguien.
Me imagino un mundo y un país en los que nadie es más que los demás por lo que sabe y las personas se ocupen en serio por lo que aprenden, pueden recibir y regresar de vuelta para el bien colectivo.
Marta RO.